¿IMPORTAN LA INTEGRIDAD Y LA PUREZA?
Richard Serrano

La pureza, en el Antiguo Testamento, era fundamentalmente ceremonial y ritual. Aunque también era moral, la tendencia del pueblo de Israel fue pensar que con las meras formas era suficiente para agradar a Dios (Éxo. 19:10, Lev. 14:1). Por eso, Dios muchas veces rechazó sus ofrendas, fiestas y ritos, porque hacían y decían una cosa, pero sus corazones estaban lejos de él (Isa. 1:10-16). En el Nuevo Testamento, el énfasis se puso en un corazón puro y una vida limpia. Jesús fustigó la obsesión por la pureza externa de los religiosos de su tiempo y desafió a sus discípulos a una vida íntegra y pura por dentro y por fuera (Mar. 7:1-23).

La Biblia enseña que Cristo nos limpia de todo pecado (Ef. 5:25-26); él nos purifica integralmente (Heb. 10:2, 21, 22). En respuesta a la obra expiatoria, los creyentes deben consagrarse por completo y vivir de modo agradable a su Señor. Dios espera que seamos puros de corazón (1 Tim. 1:5) y de conducta (1 Tim. 4:12).

¿Es la pureza nuestro deseo y prioridad en medio de esta generación? Dijo el salmista: “Daré atención al camino de la integridad…” (Sal. 101:2). Hay integridad cuando lo que se piensa, siente, desea, dice y hace es de la misma sustancia o naturaleza. La integridad, por tanto, habla de cabalidad y entereza; hay integridad cuando se es de “una sola pieza”. No significa que se sea impecable, o que no se cometan errores, pero sí significa sinceridad delante de Dios y de los hombres.

Preocupa ver que la integridad y la pureza sean tomadas como hipocresía o fanatismo. ¡Parecen piezas de museo, anticuadas y en desuso! Incluso dentro de círculos cristianos sorprende la ligereza con la que algunos toman el compromiso con una vida piadosa, santa, íntegra o pura, ¡y no hablamos de mojigaterías! “Porque Dios no nos ha llamado a la impureza sino a la santificación” (1 Tes. 4:7). ¿Importan la integridad y la pureza hoy? Si a Dios le importan, deberían también a nosotros. “Andemos decentemente, como de día…” (Rom. 13:13).