Richard J. Serrano P.

"El pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas" - William Arthur Ward.

Por todas partes se puede ver, oír y sentir algo que tenga que ver con la Reforma Protestante. Se hacen invitaciones a reuniones conmemorativas, conciertos, consultas y relecturas de la significancia de este hito de la historia universal. Decenas de publicaciones alusivas se exhiben aquí y allá. Incluso, la compañía Playmobil ha lanzado unas figuritas de Lutero y una animación “stop-motion” para ilustrar su vida y algo del movimiento que impulsó.

A 500 años de la Reforma, ¿cómo acercarnos a ese acontecimiento tan importante, especialmente para la cristiandad? ¿El interés que ha suscitado su aniversario será solo una ráfaga pasajera? ¿Los vientos que la inspiraron seguirán soplando? ¿Soplarán vientos de nuevas reformas hoy? Una mirada retrospectiva de lo ocurrido especialmente en la Europa del siglo XVI nos mostrará la necesidad de discernir la manera en que se conjugaron vientos culturales, políticos, sociales, morales y religiosos en función de cambios que eran urgentes tanto en la sociedad como en la iglesia. Notaremos no solo que las condiciones se hicieron favorables, sino que éstas fueron aprovechadas por quienes estaban comprometidos con la palabra de Dios y los clamores de la gente.

La fe cristiana es de viento y roca. La roca es Cristo, su palabra, su reino y su justicia. Su carácter representa el modelo de vida para todos los creyentes de todos los tiempos. Su causa de amor transformador y vida abundante sigue siendo la agenda para su pueblo en misión. ¡He ahí nuestra roca inconmovible! ¡Cristo sabiduría de Dios, fuente de nuestra redención completa y eterna! "No se puede poner otro fundamento". Pero esta fe, sustentada en amar, seguir e imitar a Cristo (vivirlo y compartirlo), se expresa en circunstancias de viento, en condiciones de constantes cambios. Como en Lucas 6:46-49, la iglesia, que es una comunidad en construcción, podrá permanecer gracias a su fundamento.

Con el correr de los años, la iglesia de Jesús corre el riesgo de conformarse a los valores de un mundo sin Dios; de cabecear como las vírgenes desprevenidas; de dejarse llevar por “vientos de doctrinas” extrañas; de dejarse tentar a edificar en otros fundamentos; de claudicar ante las ansias de poder y gloria temporales. Necesita, por tanto, revisar constantemente la legitimidad de su lealtad y pertinencia.

Los vientos deben ser vistos no solo como amenazas, sino como oportunidades. Antes que nada, la iglesia debe abrirse a los vientos frescos del Espíritu que soplan para novedad de vida (Juan 3:8). Segundo, abrirse para discernir lo permanente de su fe de los cambios requeridos en sus medios y maneras de vivir y comunicar la fe. Tercero, abrirse a los influjos y aportes de la cultura, como lo hicieron aquellos reformadores con la imprenta, a fin de comunicar mejor los valores del evangelio a esta generación. La iglesia de Cristo es una que ha sido reformada, pero que necesita estar abierta a las reformas permanentes.

Tan necesarias son las reformas de cada tiempo, como lo es a cualquier tripulación ajustar sus velas y revisar las coordenadas. No necesitamos meras ventiscas reformistas: legalismos lacerantes, fundamentalismos soberbios, competencias vanagloriosas, espectáculos superficiales, divisiones entre hermanos, aislamientos de la gente y sus angustias… Urgimos de vientos que nos vuelvan, una y otra vez, a las fuentes del evangelio de la gracia; a la palabra de Dios que vivifica; al carácter de Cristo y su trato a la gente; a los valores de su reino de vida, justicia y esperanza; a la vida de hermanos que son parte de una comunidad de amor y servicio a todos. ¿Soplan estos vientos entre nosotros?