GENTE HONRADA
Richard Serrano

Las acciones honradas son vistas hoy como algo exótico. Existen, incluso, programas y experimentos sociales que buscan resaltar la honradez de ciertos individuos ante situaciones que la ponen a prueba. Esto es así, seguramente, porque es cada vez menos común encontrar gente honrada. Las condiciones parecen dadas para demostrar, con actitudes y acciones, el valor de la honradez.

La vida honrada, según la Biblia, comienza con un firme propósito de agradar a Dios: “Harás lo recto y bueno ante los ojos del SEÑOR, a fin de que te vaya bien…” (Deut. 6:18). Luego este compromiso se exterioriza en las relaciones sociales: “Porque procuramos que las cosas sean honestas, no solo delante del Señor, sino también delante de los hombres” (2 Cor. 8:21).

La honradez tiene que atravesar todas las relaciones y actividades de la vida. Así, el hogar debería convertirse en la principal escuela de honradez. Debemos ser honrados también en nuestro trato a los demás, con nuestras palabras, en nuestros negocios, con los compromisos asumidos.

La honradez nos blinda: “El que camina en integridad anda confiado…” (Prov. 10:9). ¿Habrá algo mejor que caminar con la frente en alto y la conciencia limpia? El que anda en perversidad vive pendiente de no ser descubierto. La persona honrada es coherente, de una pieza. Sabe quién es, y, no menos importante, sabe que Dios también lo sabe, y eso no tiene precio.

Cuando el mundo nos empuja a optar por los atajos para conseguir beneficios y sacar ventajas, la palabra de Dios nos recuerda que “mejor es el pobre que camina en su integridad que el de caminos torcidos, aunque sea rico” (Prov. 28:6). De momento, la honradez no parece rentable. Con el tiempo, da sus frutos, y no solo en esta vida: “¿Acaso tu confianza no es tu devoción; y la integridad de tus caminos, tu esperanza?” (Job 4:6).