PARA VIVIR EN OBEDIENCIA
Richard Serrano

“Obedeced más a los que enseñan que a los que mandan” (Agustín de Hipona). De cualquier manera, la obediencia parece tener que ver más con nuestra voluntad, que con los demás. No resulta fácil someter la voluntad ante otro, incluso respecto a Dios.

A veces confundimos obediencia con ritos y costumbres. “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios…” (1 Sam. 15:22b). Hacer cosas, en sí mismo, no es la única evidencia de obediencia. La obediencia es un acto voluntario y motivado por el amor, la admiración o el respeto. “El que tiene mis mandamientos y los guarda, él es quien me ama” (Juan 14:21). Obedecer es el resultado de escuchar con la disposición a acatar por amor.

Con frecuencia, debemos identificar aquello que no contribuye a cultivar la obediencia en nuestras vidas. Primero, es peligroso cuando nos acostumbramos a amar al Señor solo de palabras: “¿Por qué me llaman: ‘Señor, Señor’, ¿y no hacen lo que digo?” (Luc. 6:46). Segundo, tenemos que cuidar que nuestros pensamientos estén sujetos a Cristo y a su palabra: “… Llevamos cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo” (2 Cor. 10:5). Tercero, necesitamos ser valientes para dar prioridad a lo que Dios nos pide por encima de cualquier otra persona o circunstancia: “Pero respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: —Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hech. 5:29).

Ahora en positivo, ¿qué nos ayuda a cultivar la obediencia al Señor? Por supuesto, lo primero, es asegurar que le amamos. El amor es el preludio de la obediencia: “El que no me ama no guarda mis palabras…” (Juan 14:24). Para ello, es fundamental cultivar nuestra comunión con él y su palabra: “Y el que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él” (1 Juan 3:24).

Vivamos como anticipo del reino que esperamos en el que la obediencia a Dios será plena: “Su reino será un reino eterno, y todos los dominios le servirán y le obedecerán” (Dan. 7:27). Amén. Alegremos el corazón del Señor, ¡vivamos en obediencia!